¿Ser felices depende de nosotros o de nuestros genes?

Muchas son las veces que hemos oído ese tópico tan manido de “la felicidad está en ti mismo”, pero que sea manido no implica que tenga que ser verdadero. ¿Es cierto que ser felices depende de nosotros en vez de las circunstancias? ¿O acaso se equivocan los libros de autoayuda y todas esas tazas con mensajes positivos?

 Tenemos que admitir que hay personas que tienen cierta tendencia a la felicidad, tienen una forma más optimista de ver las cosas, saben sacar los aspectos positivos de las situaciones más adversas. Se podría decir que estas personas llevan la felicidad en los genes, y no hablamos de forma metafórica.

La psicóloga social Sonja Lyubomirsky está especializada en la investigación de la felicidad, y sus estudios demuestran que el 50% de la felicidad que sentimos depende de nuestros genes. Esto no es tan sencillo como parece, ya que la felicidad no depende de un solo gen, sino que probablemente son varios genes los que se encargan de modular los distintos elementos de la felicidad. Sí, la felicidad se compone de distintas variantes, pero a veces nos olvidamos de ellas porque no hay sitio para nombrarlas a todas: autoaceptación, percepción de la autonomía, crecimiento personal, relaciones sociales positivas, etc.

Pero la felicidad no depende únicamente de nuestros genes, según la Dra. Lyubomirsky, aunque el 50% de nuestra felicidad está subordinada a la genética, solo un 10% de ella depende de las circunstancias vitales por las que estemos pasando. Si los cálculos no fallan, esto deja un 40% a cargo de nuestro libre albedrío, lo que quiere decir que casi la mitad de la felicidad que sentimos depende de lo que hagamos para obtenerla: de las actividades que practiquemos, las decisiones que tomemos… Esto significa que, aunque seamos algo negativos y hayamos pasado por unas circunstancias complicadas, podemos ser felices si somos constantes y trabajamos en ello.

¿La felicidad se puede aprender?
El doctor Richard Davidson, director del Centro de Salud Mental de la Universidad de Madison-Wisconsin, se ha especializado en estudiar la relación entre las emociones y el cerebro. Este especialista ha investigado las bases neurológicas de algunos métodos que son usados para ayudarnos a alcanzar un bienestar mayor, como la meditación y el mindfulness, y su conclusión es que la felicidad y el bienestar son habilidades que pueden aprenderse y practicarse. Así que podemos aprender a ser felices, sólo tenemos que saber cómo hacerlo.

El doctor Davidson divide la felicidad en cuatro componentes que han sido estudiados por la neurociencia. No, no se trata de arcoíris, cupcakes ni nada de eso, seamos un poco más realistas. Es cierto que definir la felicidad es algo muy complicado, y desgranarla en 4 únicos componentes aún lo es más. Existen muchísimas definiciones de felicidad y todas ellas tienen un carácter subjetivo, perolos componentes de la felicidad de los que estamos hablando implican muchos circuitos cerebrales y, gracias a la plasticidad cerebral, pueden ser entrenados y potenciados. 

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¿De qué se compone la felicidad según la neurociencia?
Según los estudios del doctor Davidson, estos son los cuatro componentes de los que consta la felicidad.

-Actitud positiva: entendida como la capacidad para ver el lado bueno de las cosas. Ante un estímulo positivo se activan dos zonas de nuestro cerebro, el núcleo accumbens y las regiones prefrontales. Cuando alguien pasa un tiempo deprimido, estas áreas dejan de activarse y se pierde la capacidad de disfrutar. Por suerte, la práctica de actividades como la meditación y el mindfulnessactivan y refuerzan estos circuitos, por lo que podemos entrenar nuestra actitud frente a la vida.

-Resiliencia: es la capacidad que tenemos para recuperarnos de la adversidad. Algunas personas se recuperan más rápidamente de las desgracias que otras. Esta habilidad también puede entrenarse con meditación, pero para conseguir resultados son necesarias entre 7.000 y 10.000 horas de práctica meditativa.

-Atención: puede sonar raro, pero la atención también es importante para nuestra felicidad, ya que para ser felices necesitamos vivir el momento y estar conectados al presente. Un estudio llevado a cabo por los especialistas Matt Killingsworth y Daniel Gilbert demostró que las personas que pasan más del 47% de su tiempo divagando son más propensas a ser infelices.

-Comportamiento prosocial: incluye la empatía, el altruismo y la generosidad. Las relaciones sociales de calidad son uno de los mayores indicadores de felicidad y bienestar que existen. De hecho, si una persona vive aislada socialmente, se activan las mismas zonas de su cerebro que cuando experimenta el dolor físico. La conducta prosocial también está asociada a la salud fisica y a una mayor esperanza de vida.

La depresión y la ansiedad son las nuevas epidemias del siglo XXI. Según la OMS, la depresión afecta a más de 350 millones de personas en el mundo y se estima que un 30% de la población padecerá algún tipo de trastorno de ansiedad durante su vida. Con este panorama, es natural que en la actualidad nos obsesionemos con la búsqueda del equilibrio mental y la paz interior, como si fuésemos los protagonistas de una película de artes marciales. Por desgracia, en la vida real no hay maestros sabios ni claves sencillas como lo de “dar cera, pulir cera”, el equilibrio emocional es algo que tenemos que trabajar por nosotros mismos, pero con algo de práctica y constancia podemos aprender la manera de ser felices.

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